Entre Mistura y la comida molecular
La cuarta edición de Mistura, la feria gastronómica más importante de esta parte del continente, está por terminar y nos queda como conclusión, algo que ya sabíamos, pero que se confirma: uno de los vicios más grandes del peruano es comer.
El hecho de que la inaugure el mismísimo Presidente de la República y durante más de una semana la gente no hable de otra cosa que no sea de sabores y aromas, nos describe de alguna manera como pueblo, como Nación.
Y es que a nosotros no nos van a venir con experimentos vanguardistas, como los que trajo Ferran Adriá, considerado el mejor cocinero del mundo y abanderado de la gastronomía molecular y que.
Sus espumitas y platitos extravagantes que pueden ser toda una obra de arte para la vista, no nos impresiona.
Supongo que para muchos es una herejía hablar así de este catalán, cuya comida abstracta, tiene mucho color y formas muy interesantes, gracias a un proceso hecho en base a nitrógeno (¿?), pero vamos, ni siquiera tiene olor.
Y a pesar de que haya llenado el coliseo Dibós con más de 80 mil estudiantes de gastronomía que asistieron a su clase magistral y lo aclamaron cual estrella de rock, esperamos sinceramente que estos chicos no se dejen seducir por ese estilo tan moderno de su cocina.
No creo ser infidente al recordar que el día que se realizó el cocktel del evento “Juntos para transformar”, organizado por Telefónica en el Hotel Country, donde varios de los mejores chefs peruanos intentaron halagarlo con un variado menú de comida molecular, el 80 por ciento de los asistentes, salieron de allí rumbo a algún huarique tradicional para comer aunque sea una butifarra, con sabor a butifarra y olor a butifarra.
Y es que de eso se trata la comida ¿no? De textura, de sabor de aromas. Yo no quiero algo que aparente ser un algodón de azúcar, que al probarlo tenga que preguntar ¿y esto qué es? Y me sorprendan asegurándome que es ¡un ceviche! No, yo quiero un ceviche donde sienta la textura del pescado, el sabor del limón y el picante el ají limo.
Quiero un tacu tacu bien taipá, como el que se sirve en cualquiera de nuestros restaurantes tradicionales, que tenga consistencia y mucho sabor. Porque el día que me traigan flores de colores asegurándome que es tacu tacu, voy a sentir un vacío en el estómago indescriptible.
Creo sinceramente que cuando se tiene que hacer la pregunta de ¿qué es lo que estoy comiendo? significa que algo anda mal. P
ero bueno, al señor Adriá le va my bien con este nuevo de negocios de dar clases magistrales hablando de sus creaciones, que no bajaban de 200 euros cuando tenía El Bulli en Barcelona y con las que revolucionó la comida española.
Yo espero que esa revolución no llegue al Perú. Porque, entre otras cosas, no se por qué no confío en un cocinero que diga que no le gusta el ají y que asegure que le encantaría que se descubriera una vitamina para saciar el hambre (¿vendría en frasquitos?).
No pues, los peruanos, no sabemos cómo se come, literalmente, su tan famosa comida molecular.
Lo noté desde el primer día. Si no hay el placer de oler, de saborear, incluso de tocar, es como si nos vinieran a hablar de sexo molecular (¿no existe, no?), y creo que los peruanos, en comida y en sexo, somos más bien tradicionalistas.