Que después no se quejen
Mucho marca Perú, mucha inclusión social, mucha reconciliación. Como decía Silvana Di Lorenzo: palabras, palabras, palabras. En la vida real, Lima sigue siendo una ciudad vergonzosamente racista, en la que las discotecas y restaurantes “se reservan el derecho de admisión” y ahora una persona vestida con su trajes típicos de la sierra no puede, ni siquiera, pasear por Larcomar.
En menos de 24 horas, las redes sociales han dado cuenta de dos hechos increíbles: uno en las instalaciones de los multicines UVK de Larcomar, donde pese a haber pagado su entrada, sacaron a Ricardo Apaza, evidentemente por tener rasgos y vestimenta andina.
Primero, Ricardo había podido entrar porque estaba acompañado con unos amigos “gringos”. Luego salió al baño y ya no pudo volver a la sala. La absurda explicación de Alejandro Figueroa, administrador del cine, es que el chico no se expresaba bien, no se dejaba entender porque es un “provinciano”, así que fue un simple mal entendido.
Claro, pero si se trata de un turista, aunque hubiera hablado en ruso o en polaco, bien que le entenderían y hasta lo acompañarían a su asiento para que no se pierda. Según declaró Ricardo a las cámaras de TV, no sólo le dijeron que le faltaba la entrada, sino que lo insultaron y le dijeron “Eres un pendejo, tienes que pagar otra entrada”. Y se quedó paradito en la puerta hasta que salieron sus amigos, quienes obviamente se quejaron y recién entonces pidieron disculpas y le dijeron si querían, podían ver otra película, cosa que, por supuesto, no aceptaron.
Ricardo Apaza es un joven artesano que llegó el jueves de la comunidad campesina de Qeros, en Paucartambo, Cusco, con la ilusión de conocer la Capital. ¿Qué se lleva? Este triste recuerdo de no haber podido ni siquiera ver una película navideña en un cine limeño, porque él es diferente.
Casi al mismo tiempo, al parecer un día después, unas señoras con polleras que habían llevado a pasear a sus niños por Larcomar, fueron echadas del centro comercial. Un miembro de seguridad las acompañó hasta las escaleras eléctricas que dan hacia la calle y cuando ellas dijeron que querían llevar a sus pequeños a los juegos, él les dijo que eran muy caros y que “Por favor no los tocaran”.
¿Qué se hace en estos casos? La discriminación en el Perú es delito. ¿Van a multar a Larcomar? ¿Van a clausurarlo como clausuran cualquier bodeguita que no entrega factura, por ejemplo? Claro que no. Larcomar seguirá teniendo discotecas y restaurantes a los que sólo ingresa la gente “bonita”. Continuarán ofendiendo a aquellos que probablemente ni siquiera pueden protestar, porque nadie los escucha y quizás algún día, hartos de tanta humillación, escuchen los cantos de sirena de algún Abimael Guzmán y decidan tirarse abajo de un bombazo su lindo centro comercial frente al mar.
¿No recuerdan, acaso, que el caldo de cultivo para Sendero Luminoso o el MRTA, fue justamente ese odio fraticida que fue creciendo entre peruanos que no se reconocen como compatriotas? Lima está más cerca de Miami o de Madrid que de cualquier pueblo de la sierra o de la selva. ¿Cuál es el pretexto? ¿Que no entendemos el quechua, el aymara o la lengua shipiba?
Que no se quejen después. Que no llore la gentita de Asia (Eisha, para los huachafos), que no permiten que las empleadas del hogar se bañen en “su” mar. Algo tiene que hacer el gobierno de Ollanta Humala que enarboló la bandera de la inclusión social durante su campaña, para terminar con este tipo de actitudes que no nos hace una ciudad más “nice”, como creen algunos, sino, por el contrario, nos convierte en un lugar atrasado, lleno de gente ignorante y prejuiciosa que no es capaz de respetar a otro ser humano, sólo por el hecho de no ser igual que él.